Carmen
Escrig, alumna de 2ºESO, es la autora de otro de los relatos
seleccionados. Os invitamos a descubrir la "receta de la felicidad".
Los
polvos de la felicidad
Me desperté. Me acerqué a la
ventana y miré por ella. La mañana parecía igual a la anterior, y
ya puestos a decir, igual que todas. El Sol asomaba por el horizonte,
los pájaros regresaban volando a sus nidos, y el despertador de mi
abuela estaba sonando, y seguiría sonando durante los próximos
cinco minutos si alguien no lo apagaba. Al contrario que el día
anterior esta vez no fui a apagarlo. Bajé a la cocina y desayune.
Posteriormente me vestí y regresé a la ciudad, como un día
cualquiera.
Llegué a la biblioteca donde
trabajaba y la abrí. Me senté en la silla del mostrador mientras
leía un libro. No solía venir mucha gente por lo que apenas
trabajo. De repente, para mi sorpresa, se abrió la puerta. Levanté
la cabeza del libro y vi al individuo que acababa de entrar. Se
trataba de un hombre mayor que lleva una camisa a rayas y unos
vaqueros cubiertos por una gran capa que ocultaba ligeramente su
cara. Él se acercó y dejó un libro sobre la mesa. Entendí que
quería devolverlo, por lo que empecé a buscarlo en el ordenador
para marcarlo como devuelto. Al buscarlo me di cuenta de que no
pertenecía a la biblioteca, pero al girarme a decírselo él no
estaba. Me resultó demasiado misterioso así que decidí leer el
libro para comprender que estaba pasando. Me esperaba que al abrirlo
salieran una letras diciendo “Es una broma”, pero en cambio no vi
absolutamente nada. Literalmente, el libro estaba en blanco. Seguí
pasando las hojas hasta que encontré, en el centro del libro, unas
hojas escritas. En ellas ponía “Receta de la Felicidad”
, y posteriormente habían apuntados unos ingredientes
especialmente extraños. Parecía una receta para hacer unos polvos
que concedían la felicidad. “Absurdo” pensé. Cerré el libro y
vi que sobre el mostrador había una bolsa.”Para que lo pruebes”
ponía en ella. En su interior contenía unos polvos parecidos a los
de la receta. Los guarde en mi bolso junto al libro y seguí
trabajando sin prestarles especial atención.
Más tarde regresé a mi casa
donde me esperaba mi abuela, enfadada porque su telenovela no había
finalizado como ella quería. De repente recordé los polvos mágicos
y decidí probarlos. Rocié a mi abuela con ellos, y al instante ella
se mostró sonriente. Me sorprendí, pero se me ocurrió. Regresé
rápidamente a la ciudad y subí a la terraza de un restaurante que
se encontraba en lo alto de un edificio.. Des de allí empece a
lanzar disimuladamente los polvos. Entonces la gente que iba
estresada por la calle empezó a sonreír. Me sentí orgullosa por mi
trabajo y decidí que intentaría hacer que toda la gente de la
ciudad consiguiera la felicidad.
Después de eso regresé a
casa y miré los ingredientes para realizar la receta :
-
Una gota de sangre
-
Un poco de azúcar
-
La felicidad de una persona
Parecía sencillo. Comencé a
hacer un montón de polvos, y cada día iba a la ciudad y rociaba a
la gente con ellos. Todos los días me sentía muy alegre de poder
repartir tanta felicidad, pero nunca pensé en el coste que eso
tendría.
Al cabo del tiempo, seguía
haciendo los polvos, pero ahora me resultaba cansado. Cuando empecé
a fabricar los polvos pensaba que sería fácil. Los ingredientes
apenas costaban comparado con conseguir hacer feliz a todo el mundo.
Pero con el tiempo comencé a comprender cuál era el ingrediente más
costoso, la felicidad de una persona. Al principio pensaba que, con
que la persona que hacía los polvos fuera feliz, bastaría. Pero
descubrí que para hacer feliz a los demás tendría que gastar mi
propia felicidad. Y cada polvo costaba una pequeña cantidad de mi
felicidad. Cuando lo descubrí, me di cuenta de que era demasiado
tarde. Apenas quedaba en mi cuerpo algún rastro de felicidad. Y
recordé un de detalle al cual no le había prestado apenas atención.
Debajo de la gran capa que llevaba aquel hombre que me condeno se
ocultaban unos ojos sin vida, sin ilusión, sin esperanza. Supe al
instante que esos ojos sin sentimientos ahora también los tenía yo.
Me dirigí a la biblioteca donde empezó todo, y escondí el libro
entre los miles que habían. Después me dirigí al acantilado de la
playa. Ahora mi vida ya no tenía sentido. Ya había gastado toda mi
felicidad, y lo único que me quedaba era la muerte.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada